viernes, 12 de diciembre de 2008

LA AVENTURA DEL SHALAKO


el "Shalako"


Ustedes habrán visto que muchos de los amigos que han escrito para este Semanario, más allá o más acá, han mencionado el emprendimiento como “otra de las locuras de Víctor”. Yo no sé si está bien (o no) tildarlo de “locura”, porque en definitiva me están tildando de loco (aunque en verdad tenga algo de eso).


Lo cierto es que no sé de quien lo heredé, pero, desde muy joven, prácticamente desde que el Liceo me convirtió en un sujeto pensante y dejé de ser un niño inocente, fui y he sido una persona que no sabe vivir sin sueños, sin proyectos, sin desafíos.


Desde que la vida política se terminó para mí, con la muerte de Wilson, anduve rodando en Montevideo, sin energías para salir de la rutina diaria: del trabajo a casa, de casa al trabajo. Por dentro, el inquebrantable sueño de volver a San Carlos.

Luego (en el 93) conseguí volver, pero entre el trabajo y las imprevistas eventualidades que la vida nos depara, no logré hacer mucha cosa: una Cena Show en un boliche amigo, un par de participaciones en programas radiales, nada más.
Mi sueño (que sigue intacto) es aprovechar el idílico lugar que disfruto en la chacra en la que vivo –y una parte de su edificación, a la que falta piso y techo - para instalar un lugar de encuentro y organización de eventos culturales, talleres de danza en lugar de gimnasia, pintores y artesanos interviniendo las paredes, músicos y poetas comunicando su arte, y mucho más. Todo en una modalidad cooperativa.
Pero el espíritu cooperativista está en jaque y aunque no me he dado por vencido, debía encontrar otra cosa mientras esperaba que el sueño madurara (está de más decir que espero no morirme sin verlo hecho realidad).
En esa búsqueda, como en otra época fue la experiencia del Shalako, surgió de la sesera este proyecto del Semanario, que nunca imaginé se beneficiaría de la repercusión que ha tenido, con miles de visitantes en tan escaso tiempo, además de la increíble magia de ser útil en algo, para quienes están por el mundo, como un “pial” de ayuda para resistir en la distancia o no sentirse tan lejos.
A pedido de muchos de ellos voy a tratar de sumergirme un poco en los recuerdos del Shalako que –lo evoco con modestia y emoción – supo hacer época. Para quienes no lo sepan y para no dejarlos fuera del relato, digamos que el Shalako era una Cervecería y Pizzería que estaba frente a la Plaza, casi esquina cruzada con la Sociedad Unión.




Cuando a principios del 78 resolvimos con Rosario abandonar Montevideo – ella dejar su cargo de Ayudante Preparadora en el Liceo Miranda y yo mi cargo en el Banco Pan de Azúcar­ – muchos pensaron que era una locura y no niego que lo fue.
Pero, digo a continuación, nadie podrá borrarnos de la memoria las experiencias vividas en aquellos dos años que fue el tiempo que el Comisario Freire y la famosa “Tablita” permitieron  al proyecto.   Si algunos, los más jóvenes, quizá, no saben en qué consistió aquella “movida” político/financiera que se conoció con el inocente diminutivo de “tablita”, sintetizo diciendo que fue acostarse con el dólar digamos que a 14 y despertarse con el mismo digamos a 42… ¿pueden imaginarlo?
El Shalako fue algo especial desde que nació, primera cervecería en San Carlos con “shop directo”, primera en servir húngaras a la plancha, solas o con panceta.
  Una mención especial a la música que se trasmitía, tanto en su calidad sonora como en la cuidada selección, mezclando Génesis y Pink Floyd con Yupanqui y Cafrune, los Stone o Janis Joplin, con Zitarrosa o Viglietti, muchos de éstos prohibidos, pero que allí nunca faltaron.
El Shalako fue una cervecería, sí, pero también un punto de encuentro, un equipo de excursionistas, un cuadro de fútbol, el lugar de las primeras incursiones del Canto Popular en San Carlos, el refugio de los que penaban una desilusión de amor o una bronca (seguramente) del mismo origen.
Una anécdota que me han pedido que rememore pinta a las claras lo que era aquel boliche. No recuerdo bien el año, pero era invierno. Se estaba disputando un Mundial Juvenil de Fútbol, creo que en Corea. En aquel entonces (también ahora, claro) los partidos eran televisados en horarios increíbles, las 5 o 6 de la mañana, por ejemplo. Para hacer el “aguante”, como hoy dicen los más jóvenes, no quedó cosa que no inventáramos. Lo que hizo furor fue “el juego de las películas”, donde un equipo tenía que descubrir un título en un tiempo predeterminado y con el exclusivo auxilio gestual de un integrante, que luego de avisar el número de palabras que lo constituía, debía esforzarse, a pura mímica, para que sus compañeros fueran deduciendo el resto.

Duraban esos “concursos” toda la noche, convirtiéndose en algo memorable. Estaban los que se preparaban como para ir a la guerra, conseguían títulos, folletos de Cinemateca y un largo etcétera. Un día llegó mi hermano y cuando a su equipo le tocó emplazar al otro, le dio en un papel el título, y la cara del encargado de comunicárselo a su equipo con mímica, quedó pálida, demudada, se los juro. La primera seña fue que eran 14… ¡sí, 14 palabras!, y de ahí en más comenzó el desafío de hacerse entender en el tiempo marcado. Por supuesto… fue imposible, y todo terminó con el triunfo del equipo de mi hermano y la discusión de si existía esa película, creo que ahogada por un programa que él había conseguido para la contingencia. Por si alguno se quedó con ganas de verla, la película se llamaba, más o menos, porque la traducción al español varía: El fin del mundo en nuestra cama usual en una noche plena de lluvia. Imagínense al desgraciado de turno intentando trasmitir ese título improbable a partir de la mímica.
El Shalako creo yo, y antes de seguir aclaro dos cosas: que me emociono, orgulloso, al decirlo, y no me siento para nada pedante, porque fue obra de todos, no sólo mía. El Shalako, decía, creo que fue el segundo hogar de muchos jóvenes de aquella época tan difícil y oscura.

Aún se me infla el pecho cuando alguno exclama ¡¡Víctor… ¿y el “Shalako”?... qué épocas aquellas!!
Esa fue una de las locuras de las que mis amigos hablan. Hoy quise recordarla en el Editorial, a pedido de ellos. Porque trabajar con la memoria y acercar el tiempo ido, es, también, regar las semillas que nutren este apasionante trabajo periodístico.
Como dice el "Memo"
Víctor Rosario Urrutia Pereira




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